El que haya sido el medio preferido de los grandes maestros lleva a muchas personas a pensar que el óleo es la técnica más difícil que existe. ¡No, es justo al contrario! Si el óleo se usa más que cualquier otro medio es precisamente porque ofrece los mejores resultados. Por este motivo barrió al fresco y al temple ya en la Edad Media, y aunque en tiempos más recientes el acrílico ofrece resultados equiparables a los del óleo con una mayor comodidad de uso, lo cierto es que el óleo sigue siendo probablemente el medio pictórico más empleado.
¿Y por qué unos medios funcionan mejor que otros? Nunca he pintado con otra cosa que no sea acuarela, así que mi visión del asunto puede ser limitada, pero a mi juicio los tres factores que determinan las posibilidades de un medio pictórico son: la riqueza expresiva, la controlabilidad y la progresividad.
Por riqueza expresiva me refiero al conjunto de técnicas disponibles para llevar la pintura al soporte. Un humilde lápiz de grafito, por ejemplo, es bastante expresivo: permite hacer líneas finas, gruesas, claras, oscuras, manchar zonas amplias que se pueden difuminar o dejar tal cual permitiendo que asome la textura del papel, etc.
Por controlabilidad me refiero a la facilidad con que se puede aplicar la pintura sobre el soporte, definiendo formas más o menos complejas, y manteniéndose éstas estables. El lápiz, de nuevo, es muy controlable: físicamente se maneja de forma muy cómoda e intuitiva -lo llevamos haciendo desde la guardería- y los trazos y manchas que hacemos con él se mantienen estables sobre el papel (aunque se pueden emborronar un poco si pasamos la mano inadvertidamente por encima).
Finalmente, cuando hablo de progresividad aludo a la posibilidad que ofrece el medio de hacer avanzar un cuadro de forma progresiva. Siguiendo con el ejemplo del lápiz, generalmente se dibuja haciendo avanzar todo el cuadro al mismo tiempo: se empieza haciendo un esbozo y a continuación se van oscureciendo progresivamente todas las zonas del cuadro, incidiendo más en aquellas que deben quedar más oscuras. Esto facilita el que el resultado final sea coherente y equilibrado. Con el lápiz, incluso, se puede progresar ¡al revés!, aclarando mediante una goma de borrar aquellas zonas que hemos oscurecido demasiado o en las que queremos sacar luces.
Si el óleo es el rey de la pintura es porque puntúa muy bien en las tres categorías. La acuarela, sin embargo, puntúa bien en riqueza expresiva, pero falla miserablemente en las otras dos.
El agua, para empezar, es muy fluida y por tanto muy poco controlable. En la acuarela no se pueden pintar zonas contiguas -sin dejar secar- y confiar en que los colores no se vaya a mezclar. No hay nada que hacer: una mancha se va a difundir en la otra; esto generalmente da lugar a efectos que son al tiempo delicados y espectaculares, los efectos que se consideran propios de la acuarela, pero no se puede adelantar cuál va a ser el resultado. Por otro lado, las manchas de agua que depositamos sobre el papel tienden a hacer todo tipo de disparates: correr por donde no se las espera; filtrarse suavizando los bordes o, al contrario, endurecerlos por la acumulación de pigmento; otras veces el pigmento puede optar por aglutinarse irregularmente formando coliflores de secado, texturas imprevistas sobre el grano del papel, etc. Nada de esto es intrinsecamente malo y suele dar lugar a efectos muy vistosos; es simplemente incontrolable y de resultado imprevisible. Por estos motivos en la acuarela se tiende más a insinuar las cosas que a pintarlas con precisión fotográfica. Aquellos con gusto por el detalle y la precisión no pueden tolerar la acuarela; a menos que uno tenga una técnica prodigiosa como la de Durero.
La famosa joven liebre de Durero, tomada prestada de
En cuanto a la progresividad, la clave de la acuarela está en controlar muy precisamente el tiempo de secado del agua. Sobre una mancha aplicada previamente en el papel se puede aplicar más pintura siempre que esté todavía suficientemente húmeda o esté ya suficientemente seca. Entre uno y otro extremo la pintura pasa por una fase en que no se puede tocar: se encuentra en un estado como de barrillo poco consistente, y al pasar el pincel por encima arrastramos los pigmentos dando lugar a una auténtica guarrería, sin paliativos. Requiere muchos cuadros de experiencia aprender a determinar cuándo se puede retocar y cuándo no, sobre todo porque es algo que cambia con las condiciones ambientales, la cantidad de agua, la calidad del papel, etc. Pintar un cuadro a la acuarela requiere generalmente una serie entrecortada de sprints: hay que pintar muy rápido en aquellos momentos en que tenemos que trabajar sobre húmedo... para después parar durante varios minutos esperando a que una zona se seque. Otro aspecto a tener en cuenta es que la acuarela cubre muy poco, su principal característica es la transparencia; por tanto es imposible pintar manchas claras sobre otras oscuras, lo cual limita mucho las posibilidades de corregir lo ya pintado. Se puede retirar la pintura del papel, pero siempre dentro de un límite, so pena de deteriorar la superficie y ensuciar el resultado; y además es una operación que requiere buenas dosis de paciencia. En fin, esta falta de progresividad hace que pintar un cuadro a la acuarela deba hacerse con arreglo a las siguientes directrices generales:
i. Pintar siempre de arriba a abajo, para evitar que una gota descontrolada nos arruine lo ya pintado.
ii. Pintar siempre de claro a oscuro, lo contrario es imposible porque la acuarela no cubre.
iii. Pintar siempre del fondo al primer plano. Es muy difícil conseguir un fondo limpio y homogéneo si hay que ir recortando los objetos en primer plano.
iv. Pintar siempre de húmedo a seco, para evitar lavar las capas inferiores al aplicar las superiores.
Aunque hay trucos que permiten obviar parcialmente estas reglas (dando la vuelta al cuadro, enmascarando zonas con cinta o líquido específico, e incluso algunos menos ortodoxos), en general exigen que la ejecución de un cuadro a la acuarela deba plantearse pormenorizadamente antes de poner el pincel encima del papel: después puede que no tengamos ocasión de pararnos a pensar, o puede que nos metamos en un callejón sin salida. Hay una frase de un acuarelista que resume muy bien todo esto: pensar como una tortuga y pintar como una liebre.
Y bien, si es tan difícil: ¿por qué pintar a la acuarela? Simplemente por esto: porque a uno le guste el resultado. Frente a otras técnicas, los cuadros a la acuarela son ligeros y luminosos, vaporosos, con gradaciones de color sorprendentes y efectos imprevisibles. Aunque hay acuarelistas de todos los estilos, me parece que el medio favorece un tipo de pintura que particularmente concuerda con mis gustos: austera, reposada, sin estridencias, más insinuante que descriptiva. Para terminar, la acuarela tiene algunas ventajas prácticas: requiere un equipo más reducido y ligero que el óleo, ensucia menos, no da malos olores y los cuadros se desarrollan mucho más rápido (hoy en día todos andamos muy ocupados).